El sonido reconstruye una historia. La Plaza de Mayo cuyo valor simbólico e histórico es ineludible es la protagonista de una intervención artística a cargo de Martín Liut. Dos años más tarde, Leonardo Pucheta reconstruye la historia de esta reconstrucción histórica. Elige las palabras.
Su crónica tiene la ventaja de describir un lugar harto conocido, por lo cual uno se ubica fácil en los espacios del relato. Pero los lugares harto conocidos también plantean la dificultad de generar interés en quien nada descubre. Sin embargo, Pucheta evita el escollo con una mirada comprometida, de luces y sombras, de clima. Más que una descripción ofrece una mirada. Los diálogos con Liut, son acompasados, al ritmo del mate que circula amablemente. Los detalles son precisos, la información es clara y lo que no termina de decir gana en elocuencia al completarlo uno con su imaginación e ideología.
Pucheta convence. Luego de los dos primeros apartados uno se encuentra inmerso en la(s) historia(s) es el momento en que nos pide que “hagamos un ejercicio de imaginación”. Una delicadeza. Innecesaria y por eso más bella. Intentan cronista y entrevistado, contarnos la obra. Digo intentan porque las obras nunca pueden ser del todo contadas. Pucheta nos lleva al frío de aquel junio. La charla con Liut sobre arte y sobre historia, sobre el significado de la Plaza, acota y oficia de vehículo para el viaje entre los dos momentos.
La crónica, un género que crece, permite contar historias de una manera diferente. La crónica de Pucheta lo hace muy bien. Con ritmo, con fluidez. Lo hace como un escritor involucrado con su escritura. El final llega tras una especie de ralentti. Un final seco. Un final con un dejo de amargura. Un final perfecto.
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